Estoy en un momento de cambios y mucho trabajo, la verdad. Así que, me vino especialmente bien cogerme las vacaciones de Semana Santa. Y como la fórmula del verano (ruta en coche por Bélgica, Holanda y oeste de Alemania) resultó una maravilla, esta vez nos dio por repetir historia pero cambiando de escenario. Así llegamos a la Costa Azul francesa para luego movernos desde allí (bueno, la culpa la tiene cierta compañía aérea de bajo coste y sus enormes precios para la fecha; lo único que encontramos decente).
Esta vez, al contrario que en mi viaje veraniego, no tenía como objetivo, ni mucho menos, buscar juegos y tiendas constantemente. Pero, estaba claro, si veía algún atisbo de juguetería, no podría menospreciar a mi destino y tendría que entrar.
El tour comenzó en Marsella para pasar bruscamente a Milán (había que aprovechar la lluvia para ganar tiempo y luego volver, tranquilamente, por la costa), y nos recorrimos un buen puñado de lugares interesantes: Génova, Portofino (véase en la foto el impresionante lugar que es), San Remo, Mónaco, Antibes, Niza, Cannes, y algún que otro etcétera.
En Milán, donde sabía que había tiendas (no me las llevé apuntadas, no tenía pensado perder mucho tiempo), no encontré ninguna en la que vendieran Eurogames. Tampoco en Génova, ni en Niza. Fue en Antibes (bonito y sorprendente lugar) donde, sin quererlo, me encontré con una buena tienda: cómics, regalos de todo tipo, y juegos de mesa variados. Pero caros. A excepción de la serie de juegos de caja pequeña de Asmodée, cercanos a los 20 euros (parecidos a las típicas cajas de juegos de cartas de Edge), lo demás era bastante inasequible: catanes a 45 o 50 euros dejan clara muestra del panorama. Como el tiempo me apremiaba, no pude perder mucho allí, y me fuí arrepintiéndome de no llevarme algun jueguito de esos pequeñitos.
Así llegué hasta Cannes. Y todo dio un giro radical. Cannes tiene un famoso festival de cine pero, también, tiene una importante feria de juegos. Quizá por eso, allí te chocabas con jugueterías entre tiendas de Dolce & Gabanna y menús a 25 o 30 euros. Pero la variedad tampoco era su fuerte: una vez más, muchos de la serie baja de Asmodée, y poco más. Salvo una tienda friki. La típica tienda friki que siempre buscamos. Y allí estaba: un montón de juegos. Pero caros, carísimos en general. Sólo me quedé con ganas de comprarme un Mr.Jack que estaba a 30 €, pero lo dejé para más adelante. Supongo que terminará cayendo en lapcra alguna vez. Pero lo más destacable de todo, quizá lo que me ha servido de excusa para preparar este post, fue que me llevé una importante alegría en esa tienda.
Ahí andaba yo, rebuscando entre juegos y juegos, cuando en una vitrina, cerrada con llave (y junto a otros juegos, eso sí), descubrí un Café Race de Fran F.G. Y, oye, como que fue un subidón. Como dije entonces, ni conozco a Fran ni tengo intereses en el juego, pero es como si lo hubiera visto nacer. Y encontrarme con él allí, en una tierra en la que lo más cercano que conozco es a Zinedine Zidane, pues como que me hizo ilusión.
Ya en Marsella, casi de regreso, nos topamos con una minisucursal de la FNAC dedicada a los juegos. Pero casi todos eran para niños. Junto al Hombres Lobo y al Jungle Speed (no lo he dicho, pero estos si estaban en tooooodos los sitios), había un Pickomino de Knizia. Y dado su precio, su autor, su tamaño, y lo que ví en Córdoba (mucha gente jugando a él con cara de felicidad), además de mi necesidad vital de llevarme algo a la saca, tuve que hacerme con él.