Comprando eurogames en Alemania
"Estás loco". Esa es la frase que repetía mi conciencia (bueno, la verdad es que es bastante más que eso; tanto, que si no pagara la mitad de la hipoteca lo llevaría claro a final de mes...) cada vez que decía yo eso de "Es que es un juegazo. Me lo tengo que comprar".
Así se puede resumir parte de mi viaje por Alemania (también pasé por Belgica, Holanda, algo de Francia y un pelín de Suiza, pero...allí no se dedican a fabricar juegos, los pobrecitos). Obviaré la ruta turística, las fotos de los lugares visitados y las típicas historias de viajero por Europa e iré al grano: los juegos alemanes, en Alemania. Mi único problema: el espacio y el peso. Es lo que tiene viajar con compañías de bajo coste: el peso de las maletas, lo justo. Así que estaba limitado.
Tras mi paso por los Países Bajos (un nombre apropiado, por cierto), me tocaba adentrarme en Alemania. Qué ganas tenía. Mi cuerpo (enfermo, lo sé) me pedía buscar tiendas, perderme entre sus estanterías y elegir tocando juegos.
Quizá por azar (no me lo creo ni yo), entré en Alemania por Essen (oh, tierra de feria jugona). El oeste de Alemania es una zona industrial que supone el motor económico del país -y de Europa, por qué no-. El Rhin y su cuenca tienen la culpa. A la vista de un español acostumbrado a la distancia típica entre las grandes ciudades, sorprende la cercanía entre renombradas villas como la propia Essen, Düsseldorf, Dortmund, Bonn o Colonia. La verdad es que es una zona poco turística (se salva Colonia por su inmensa catedral ennegrecida), pero había que ir. Qué mejor sitio para comenzar mi búsqueda que la capital del vicio.
Pero, oh, horror. Qué decepción. Mi primera búsqueda en pos de encontrar una tienda de juegos o un supermercado que tuviera fue en vano. Así que no me quedaba otra que dejar claro a mi conciencia que tenía que ayudarme en el envite: "Apréndete esta palabra: spielewaren". Misión: localización.
Los primeros días fue una tarea dura, la verdad. Nada de nada. Yo no me lo podía creer. Llevaba varios días en Alemania y ni el menor atisbo de jugueterías. Algún que otro gran almacén (Karstad -como El Corte- y una especie de Galerías Preciados que había en todas las calles comerciales de todas las ciudades del país), pero con poca cosa y poco barata. Bueno, una excepción. Vi un Land Unter por algo más de 6 euros y me dije: "No está mal". A la saca. "Ya estarás contento, ya tienes un juego", me decía mi conciencia. Pues no. Nain. Estoy jodía.
Mi primera alegría fue en un polígono industrial de quién sabe qué extraña ciudad de paso (quizá era alguna cercana a Colonia, no lo recuerdo). Vi un Toys 'r us y pensé que algo habría. Entré y, ¡bingo! Un estante llenito de juegos de los buenos. La pena fue que los precios eran de lo más normal. Salvo los de Queen Games. Roma, Buccaneer, Fjords...Todos a 10 euros. Y yo, como era el primer sitio, no me quería flipar y los dejé pasar. El Roma ya estaba en mi colección y los otros no me terminaban de convencer. Hoy me arrepiento de no haber comprado el Buccaneer.
La cosa iba mejorando. Y así sería durante todo el viaje. Fue algo muy curioso. Mientras que los primeros días no había forma de encontrar una sola tienda especializada (y menos en las grandes ciudades), en la segunda me chocaba de bruces con ellas y en los pueblos más remotos.
Mi primer gran encuentro ocurrió en Mainz, Maguncia para los cristianos. A la orilla del Main y en la periferia de Frankfurt, pulmón económico del Viejo Continente. Una preciosa tienda especializada en juguetes en la que se veían en los escaparates decenas de títulos y de portadas que conocía. Lástima que fuera sábado por la tarde (cierran todo a las 18 horas) y que el día siguiente fuera domingo y que el lunes yo ya fuera a estar a algún ciento de kilómetros.
Pero ahí, en ese momento en el que mi ilusión se podía pisar, cambió mi suerte. Bueno, fue varios días y varios cientos de kilómetros después. En un sitio llamado Offenburg y al que fuimos de rebote por culpa de un hotel barato. Cerca de la Selva Negra. A medio camino entre Baden Baden y Friburgo. Allí, a las 9 y poco de la mañana, echando gasolina, en el polígono donde estaba mi hotel, se me ocurrió otear el horizonte. Un osito de peluche me hizo sospechar y salí pitando. Qué gran sitio. Una especie de gran almacén exclusivo de juguetes y juegos y con una variedad sorprendente. Ah, y grandes precios. Algunos eran caros, pero había verdaderas gangas. Lástima que mi conciencia (la real y la que vive conmigo) me recordara que me quedaba mucho viaje y poco espacio en la maleta. Aún así, no me pude resistir a un Diamant a 13 euros. Hoy, me duele en el alma no haber comprado el Hazienda por 20 euros. "Ya lo veré en otro sitio si eso, que tampoco es de mis prioridades". Lo llevaba claro. Nunca lo volví a ver a menos de 30 €.
Pero todo fue mejorando. A partir de entonces, cualquier sitio por el que pasábamos tenía una tienda, abierta, de juegos. Algunas no eran nada baratas, eso sí. Poco a poco fueron cayendo: un O Zoo le Mio con el que nunca había contado pero que se metió en mi cerebro cuando vi que ponía 9,99 (debajo de un 17,99 tachado) porque tenía el plástico roto y una esquina un pelín gastada. Un Kreta (algo más de 25 euros -no era un chollo pero le tenía muchas ganas-) y un Louis XIV por 17 € en Stuttgart (la tienda más currada de todas. Gigante. Perfecta. No muy barata, pero perfecta. Un paraíso del jugón). Un Castle y un Dragon's gold por 5€ cada uno en Aachen (tenían cerca de 10 juegos de Faidutti entre 5 y 15 euros todos, algo inhumano para alguien sin espacio en la maleta). Y un Hansa por 17€ en Mainz. Sí, volví a la primera tienda que vi. A la que me cambió la suerte. Estaba de paso a la vuelta y lo tenía que hacer.
Por el camino, además del Hazienda y del Buccaneer que decía antes. Se me quedó también un Amun-Re por 20 euros. Una auténtica ganga que me cogió en el lugar equivocado y en el día menos propicio. Aún lloran mis neuronas por haberlo dejado pasar. También estuve a punto de comprar el Waterloo. Estaba a 10 euros en todos los "galerías" como de saldo y sería un buen comienzo para los wargames. Pero no terminé de atreverme. Pesaba un huevo. Y alguno más que he accedido a olvidar para poder dormir tras el regreso.
En general, una experiencia bastante curiosa. Efectivamente, los juegos alemanes son alemanes. Pero no hay que dejarse engañar. Ni hay tantos tan fácil ni son tan baratos. Si tienes suerte y tiempo para recorrerte ciudades y tiendas, seguro que encontrarás chollos. Si no, confórmate con precios normalitos (más baratos que en las tiendas físicas de España casi siempre -salvo el Caylus, que siempre estaba por encima de 30 el tío-).
En los grandes almacenes tienen algo, pero poco. Sobre todo Carcassonne y Catán con todas sus expansiones. De lo demás, lo justito. Lo mejor, las tiendas pequeñas de pueblos donde puedes rebuscar y encontrar aquella joya que lleva en la tienda 10 años y no venden y está barata o alguna que otra gran tienda con una planta dedicada sólo a juegos. Como la de Stuttgart.
Pero, amigos, merece la pena. Me lo pasé en grande. Amén del viaje en sí, lógicamente. Lo de ir buscando chollos en lugares que desconoces es apasionante. Además, es todo un placer visual poner cuerpo a juegos que sólo has visto en imágenes. Hay que ver lo que sorprenden los tamaños de algunos juegos (como el Samurai, por ejemplo).
Ya iré hablando de los nuevos juegos. Me encantan todos.