El azar
Hoy ha sido, para mí, uno de esos días raros en los que ocurren cosas que no hay manera lógica de explicar. Y es que he llegado sin quererlo a la deducción obvia de que la vida está llenita de azar. Y, claro, desde que los Eurogames están presentes en mi vida, el azar (o su ausencia, o su control, o su dominio, o su carencia, o su exceso) se ha convertido en una de esas cosas en las que uno antes no pensaba pero ahora sí. Es como cuando, de repente, en una conversación con tus amigos de toda la vida, estás hablando de cortinas o del precio de los tomates: eso ha estado ahí toda la vida pero nunca me he parado a pensarlo hasta que no ha estado presente en mi día a día (hay que ver cómo pasa el tiempo...).
El azar. Lo que me ha pasado no es más que una pura casualidad, pero me ha llevado hacia la reflexión. Esta mañana, a primera hora, he acudido a una rueda de prensa en el centro de Madrid (yo vivo en las afueras y lo cierto es que el centro lo piso poco -y menos mal... no me extraña que el Dakar saliera de aquí, pasear por Madrid hoy es como una aventura gráfica: esquivar zanja, agachar cabeza por cable, coger Metro, salir del Metro por avería, cabrearse, llegar tarde, salir del Metro, esquivar zanja, soportar ruido, gritar "¿qué?", llegar a destino, mirar reloj, cagarse en todo, etc.).
El caso es que, como estaba en el centro, aprovechando la cobertura y dejándome llevar por el puro vicio y el instinto (y mascando la excusa: regálatelo, Pedro, que el jueves es tu cumpleaños) he decidido acercarme a una tienda de Generación X a comprar el juego 1936 Guerra Civil, que gracias a los comentarios de su autor, Arturo García, y a su brutal esfuerzo y mérito por sacar adelante un proyecto así, se me había colado en el subconsciente.
Tras llegar a una de las tiendas, mi gozo en un pozo, se les acababa de agotar temporalmente (buena señal, por cierto), pero me aseguraron que en otra tienda no muy lejana, como a 15 minutos andando, en la Calle Galileo, lo tenían fijo. Si hay que ir se va, dijo mi subconsicente adicto.
Y fui. 27 años (casi casi) en Madrid y estoy seguro de que era la primera vez en mi vida que iba desde Callao (mi recorrido empezó en la Plaza de las Cortes) hasta San Bernardo en horario diurno y sin alguna cerveza en el cuerpo. Así pues, era la primera vez en mi vida (estoy casi seguro) que estaba allí, en la Plaza de San Bernardo, a las 12:30 de un día laborable, martes, leyendo en una marquesina de una parada de autobús cuál era el sitio exacto de Alberto Aguilera del que partía la calle del famoso personaje.
Y, justo, en ese mismo momento, me giro y veo a un amigo mío (jugón gracias a mi influencia, por cierto), cruzándose delante de mí. "¿Qué haces aquí?". "¿Y tú?". Y ambos teníamos razón. Lo más lógico es que cada uno hubiera estado en su oficina (a tomar por culo una de otra y del lugar del encuentro) y ahí estábamos los dos. Y, además, mi amigo había quedado con un tercero ahí mismo. Yo no salía de mi asombro. Uno de mis dos amigos quería comprar una silla de escritorio en una tienda de al lado y habían quedado allí. Entramos a la tienda: un empleado y una cliente. Cuando la cliente acaba, se gira para salir, me mira, la miro y, coño, la ex directora de la revista de mi competencia. "¿Qué haces aquí?". "¿Y tú?". Será el azar.
Así que, después de las casualidades, partí con mis dos amigos hacia la tienda en cuestión y, tras contarles la historia del juego, finalmente yo me compré mi copia y ellos se compraron la suya "a pachas". Por azar, Arturo ha vendido hoy dos copias más de su juego de edición limitada.
Y ha sido después de todo esto, de vuelta en el Metro leyendo las instrucciones (por cierto, tiene una pinta increíble, ya contaré), cuando me ha venido a la mente la reflexión sobre el azar.
Yo soy de los que me suelo quejar en los juegos de dados cuando no me salen las tiradas. Maldigo mi mala suerte y me cabreo. Por eso (y por su duración) no me convencía el Risk y por eso hay veces que el Catán me puede llegar a desesperar (pese a que me encante). Y, por eso, últimamente había medio decidido que los juegos que más me gustaban eran aquéllos en los que casi no había azar, en los que casi todo quedaba a decisión del jugador.
Pero hoy me he dado cuenta de que eso no puede ser así. Si en la vida, si en nuestro día a día, está tan presente el azar; si en la vida, en nuestro día a día, es posible que pasen cosas tan improbables como las que me han ocurrido hoy; si en la vida, en nuestro día a día, las casualidades se dan, es que los juegos, como parte de mi vida, de mi día a día, tienen que tener ese toque de azar para que me llenen de verdad.
2 comentarios:
Qué gran verdad... un juego sin azar no sería ni realista ni (por mucho que se empeñen algunos) concreto, puesto que todas esas hazañas o momentos que recrean no habrían sido las mismas (seguro) si cualquier cosa totalmente fortuíta hubiese ocurrido de otra manera.
Lo malo es si en unjuego el azar interviene demasiado, aunque poniéndonos optimistas, esto siempre sirve para poder consolarnos al perder con el manido "tuviste mucha suerte" :-)
Efectivamente. Hablo de una pizca de azar, de gotitas. Si la suerte se convierte en parte fundamental y mayoritaria, malo, malo...
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